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EL SPA EN EL HOMBRE

Carta de un padre a su hijo abortado 
Querido hijo:

Al empezar a escribir estas líneas me asaltan las lágrimas, y también la alegría de hablar contigo. Por fin. Hace doce años. ¿Recuerdas? Yo he estado intentando olvidar, intentando apartarte de mí, de mi vida. Sin saber que, para ello, tenía que adormecer, que anestesiar, que matar en definitiva, una parte de mí. La parte más bonita de un ser humano: la parte de nosotros que ama, que se emociona, que se ríe, que se alegra, que ve el futuro con esperanza y optimismo. Esa parte de mí quedó cubierta por una especie de nube negra el día que me faltaste y decidí que “mejor no hablar de ello y tirar para adelante”.

       ¿Sabes que nunca había imaginado que se podía ser tan feliz como cuando tu madre me dijo que estaba embarazada de ti?. Y eso que también sentí mucho miedo. Tu madre y yo éramos estudiantes universitarios, y apenas nos conocíamos. Pero cuando ella me dijo que estabas creciendo dentro de su vientre, sentí que, por primera vez en mi vida, había hecho algo realmente importante: engendrarte. Por primera vez en mi vida, conocí la maravillosa sensación de querer a alguien más que a uno mismo. Porque gracias a ti entendí, en el momento que tu madre me dijo que estaba embarazada, para qué venimos a este mundo: para Amar.

       Querido hijo: Todo fue demasiado rápido y demasiado confuso. Tu madre decía que no podía “tenerte” (¡si ya te tenía!) porque no quería decepcionar a sus padres. Fíjate en qué mundo tan raro vive tu padre: han lavado el cerebro a la gente para sentirse mal y sentirse culpable ante un embarazo, ante un hijo, ante la mayor alegría de su vida. Tu madre estaba preocupada por haberse quedado embarazada; yo estaba preocupado ante la posibilidad de que dejase de estarlo y tú ya no estuvieras. Ya conoces la cantidad de excusas y mentiras que han enseñado a muchas mujeres (y hombres) a decir cuando hay un embarazo: que si te “arruina la vida”, que si “no es el momento”, que si “ya tendrás tiempo más adelante” (como si pudiéramos haber hecho una fotocopia tuya)...

       Querido hijo: Todo eso es mentira. Tú no arruinaste mi vida. Me diste la razón para vivir. Cuando me enteré de que existías, me sentí capaz de todo. Por ti. Capaz de cualquier cosa, de cualquier sacrificio para darte todo lo que necesitases. Hubiera sido feliz de poder dejar mi cómoda vida de estudiante desocupado para poder alimentarte y acunarte por las noches.

       Aún recuerdo, ahora con rabia por no darme cuenta entonces, el desencanto que sentí cuando incluso el psicólogo que me trataba por una mala racha que llevaba, hablaba de tu existencia como una simple “opción”, y me recomendaba que no pidiese a tu madre que se apiadase de ti, sino que simplemente callase y “estuviese a su lado”. ¡Cuánta frialdad, hijo mío! ¡Cuánta frase estereotipada para lavarse las manos y parecer “modernos”! Que no intercediese por ti ante tu madre... Ante el mismísimo diablo lo hubiera hecho si hubiera podido y hubiera hecho falta, para salvarte. Tu alma por la mía. Tu vida por la mía. ¡Cómo permanecer impasible mientras se hablaba de matar al hijo de mis entrañas!

        A nadie le hace gracia un embarazo no planificado. Pero yo tuve la inmensa fortuna de haber sido criado aprendiendo la importancia de querer a los hijos por encima de todo: por encima del miedo, de los imprevistos, de las incomodidades, de las penurias incluso. No sé cómo explicártelo porque es muy difícil, pero tus abuelos consiguieron, sin decírmelo nunca con palabras, que supiese y entendiese que nada tiene sentido ni valor sin la familia y sin los hijos. Ninguna carrera ni doctorado en ciernes. Ningún futuro económico o profesional puede sustituir a un hijo, por brillante que sea.

        Querido hijo: Tu madre no tuvo esa suerte. Ella se crió en otro tipo de hogar. En un hogar donde las apariencias, el fingir éxito y el ajustarse a unos planes (en los que tú no estabas incluido) era más importante que los hijos y la familia. Sabes que le imploré por ti. Incluso le pedí que, si la idea de saber que estabas con alguna persona conocida que no fuera ella misma  (conmigo o con tus abuelos) le resultaba difícil de aceptar, que te dejase vivir para darte en adopción. Tampoco me importaba saber que no te vería nunca si así conseguía que vivieses.

         Yo, que no quería saber nada de Dios porque me parecía una especie de aguafiestas que se dedicaba a prohibir todo lo que me gustaba, me pasaba el día rezando en silencio, pidiendo un milagro. Pidiendo que lo que tu madre decía que pensaba hacer (que “tenía” que hacer, decía ella para intentar justificar lo injustificable) no fuese más que un mal sueño y que dentro de algunos meses pudiera tenerte en mis brazos, besarte, oler tu piel, verte llorar o mirarlo todo con la cara de curiosidad que ponen siempre los recién llegados.

        Querido hijo: Dicen los Evangelios que “todo es posible para el que cree”. Perdóname si no tuve la suficiente Fe para que Dios pudiese obrar el milagro. Tu madre, finalmente, cogió un autobús para marchar a otra ciudad. Me pidió que no la acompañase. Y yo no lo hice porque se puso como una fiera. No dejo de pensar si quizás intercediendo por tu vida hasta el último momento hubiese conseguido algo. Creo que yo también me dejé influenciar por la jerga engañosa y políticamente correcta de que tu vida y tu muerte eran “una decisión que había que respetar” y, al final, decidí no ponerle “las cosas” más difíciles a tu madre. Ahora creo que mi obligación como padre era ir hasta las mismísimas puertas del infierno y, si era necesario, cortar las tres cabezas del mismísimo Cerbero para intentar defenderte, y molestar a quien hubiera hecho falta (incluso a tu madre) si con ello había una mínima oportunidad de que vivieras. Perdóname si no lo hice. Tu madre y yo dejamos de vernos poco tiempo después. Ya nada fue lo mismo. ¿Cómo iba a serlo? Tu madre y yo nos dedicamos a fingir que no había pasado nada (¿acaso no actuaba así todo el mundo? ¿acaso no es lo que finge toda la gente que hace lo que te hicieron a ti?). Y toda esa parte tan maravillosa de mí que ni siquiera sabía que existía hasta que tú apareciste, se fue adormeciendo. Incluso tuve que adormecer otras partes de mí para intentar autoconvencerme de que no había ocurrido nada realmente importante (así actuaba tu madre y yo creí que era la mejor forma de afrontarlo).

         Pocos meses después, cuando tu madre y yo hacía tiempo que no nos veíamos, me encontré con ella por los pasillos de la facultad. Por fuera del jersey asomaban sus muñecas vendadas. Y me contó que se había intentado suicidar. Otra vez. Que había estado ingresada. De nuevo. Y, aunque no me lo dijo (y no me atreví a preguntarlo) intuí que otros hermanos tuyos habían corrido, anteriormente, tu misma suerte. Dos años más tarde, me atreví a contarle la historia de tu madre a una conocida que se había hecho psiquiatra. Y me lo confirmó, pero sin querer decir mucho más: que muchísimas mujeres se arrepentían de abortar. Que la mayoría sufren lo indecible. Y que la mayoría lo hacen en silencio porque no se atreven a confesar que se sienten fatal por haber hecho algo que nos presentan como si fuera lo más moderno y lo más sofisticado que existe y que, sin embargo, no es sino la equivocación más grande que puedes cometer en la vida: matar a nuestros hijos. Como si matar a tu hijo te convirtiese en algo parecido a las pioneras de la minifalda en los años 60.

          Querido hijo: Pasaron los años. Tu padre siguió adelante con sus estudios y su trabajo. Y, sin darse cuenta, se convirtió en un cínico egoísta que no confiaba en nada ni en nadie. En una especie de sombra de sí mismo que no entendía el vacío que se había apoderado de él, y que buscaba la felicidad que nos negaron en fiestas y, sobre todo, en otras mujeres. Ahora me parece que algo dentro de mí me impulsaba a buscar otra mujer a quien dejar embarazada, pero yo pensaba que, simplemente, yo lo que quería era “olvidar mis complejos y el pasado” y “disfrutar de la vida”. El resultado fue que varias de las mujeres con las que estuve recurrieron a una píldora para que, si alguno de tus hermanos aparecía por allí, acabase yéndose por el retrete.

          Querido hijo: Cómo nos manejan... Cómo nos engañan... Cómo nos toman el pelo... Han conseguido convertirnos en una especie de ejército de zombies avergonzados de haber acabado con la vida de uno o varios de sus hijos (yo no sé ni siquiera cuántos...). Y la vergüenza lleva al silencio. Y el silencio perpetúa el drama. Somos como los protagonistas del cuento del emperador que iba desnudo por la calle mientras la gente elogiaba su traje, porque nadie se atrevía a decir la verdad (porque si la tele no la cuenta, dudamos de si será verdad o no, de si no seremos los únicos que nos damos cuenta de lo que es obvio para todos, y nos da miedo ser los primeros que gritan que el emperador va desnudo).

         Querido hijo: Al cabo del tiempo, tu padre conoció a una mujer maravillosa, con la que se ha casado. Al año y medio de casarnos, nació tu hermano. El primero de mis hijos que he podido estrechar en mis brazos. Cuando me lo entregaron por primera vez para que lo tuviera y lo pudiese ver, me puse a llorar delante de todos. Y su madre y yo nos acabamos de enterar de que vamos a ser padres de nuevo.

       Querido hijo: No sé por qué, pero hace algunas semanas me metí en un foro de internet donde escriben personas (sobre todo mujeres) con experiencias parecidas a las de tu padre. Yo leía sus historias y pensaba que, afortunadamente,  a mí no me pasaba lo mismo porque yo había hecho todo lo posible por salvarte. ¡Qué equivocado estaba...! De pronto caí en la cuenta de que no pude sentir con tu hermano la misma alegría que sentí contigo cuando tu madre me contó que estaba embarazada de ti. Ni con este otro que viene ahora de camino (bueno, ya está aquí). Y me pregunté por qué. Y me di cuenta que tuve que enterrar parte de mi alma bajo toneladas de cinismo para creer que tu prematura marcha no me había afectado (porque se supone que no te puede afectar algo que “todo el mundo hace”). Y recordé que, antes de tu pérdida, yo era un comodón holgazán, pero veía la vida con optimismo y con alegría. Y que, desde que tú no estabas, vivía con una especie de nube negra a cuestas que no me dejaba disfrutar de las cosas y a la que me había acostumbrado como si fuera parte del paisaje.

         Querido hijo: En el foro donde leo las experiencias de estas personas que echan tanto de menos a sus hijos y que han abierto los ojos, leí cómo algunas personas fingen que no les afecta porque nunca hablan de ello, aunque sí se les nota porque su personalidad cambia y se vuelven más egoístas, más insensibles , más sarcásticas y más desencantadas con todo (como le pasó a tu padre). Y que algunas, al cabo de muchos años, por fin son capaces de hablar de ello. Y se dan cuenta del por qué de ese sufrimiento interior sin nombre. Y lo confiesan. Y me di cuenta de que era uno de ellos.

        Querido hijo: Tú no eres un recuerdo lejano. Eres mi hijo. Mi hijo, el que murió hace doce años y al que siempre he tratado como si nunca hubiera existido. Perdóname. Tu abuela dice siempre que no hay mayor pena que perder a un hijo. Y, a veces me he preguntado por qué a mí no me pasaba. Y es que la pantalla que puse sin darme cuenta entre tú y yo para escapar de mi sufrimiento me impedía sentirte como te sentí entonces: como mi hijo. Como una persona que, para mí, era más importante que yo mismo.

         Querido hijo: Desde que he empezado a hablar contigo, y a tratarte otra vez como mi hijo, veo a tus hermanos de forma diferente. Y veo el embarazo de tu hermano pequeño de otra forma. Ya no lo veo como si le estuviera pasando a otro. A medida que sale el dolor de tu pérdida, asoma también la luz de la alegría por tus hermanos. Y por ti. Y ya no me siento avergonzado, sino orgulloso. Orgulloso por no haber hecho caso a los que me pedían que no “le pusiese las cosas más difíciles” a tu madre, y haber implorado por tu vida al punto de ponerme de rodillas delante de ella en un parque, a plena luz del día.          
                  
         Querido hijo: Tengo un libro que se llama “La Biblia”. Y he leído en algún sitio que Dios os quiere tanto (nos quiere tanto a todos) que, incluso aunque una madre no se compadezca del hijo de sus entrañas, Él nunca se olvida de nosotros. Imagino que tú lo sabrás mejor que yo, que lo tienes más cerca. Pedidle en nuestro nombre que ponga en nuestras mentes las ideas, en nuestros corazones el valor y en nuestras bocas las palabras necesarias para abrirles los ojos a los que, por comodidad o por ignorancia, los tienen todavía cerrados. Y a recordarles, aunque no les guste al principio, que sí estuvisteis aquí con nosotros, aunque fuese por poco tiempo. Porque os querremos siempre. Porque siempre os hemos querido, aunque os hayamos negado a veces, como hizo Pedro con Jesús. 

          Querido hijo: Ahora estás con El que te creó a Su imagen y semejanza. Con el que formó tus entrañas; con El que te hizo en el vientre de tu madre; con El que te hizo en secreto, El que te entretejió en lo más profundo de la tierra. El que vio tu sustancia y que ya tenía diseñadas todas tus partes incluso antes de que se formasen.

          Querido hijo: ¿Sabes lo que dice también este libro de vosotros? Que sois un regalo de Dios. Que sois Su recompensa, (y no su castigo, como dice algún político muy conocido que ha ganado unas elecciones hace poco en los Estados Unidos). Que sois como saetas en manos de un guerrero valiente. Y que el hombre que llena de estas saetas su aljaba, nunca será avergonzado por sus enemigos. ¡Qué vacía quedó mi aljaba sin ti! ¡Y cómo me avergonzaba por ello!. También dice que no cae un pajarillo de un árbol siquiera sin que Dios lo sepa. Y le pregunto por qué permite que caigáis vosotros. Y me responde que habéis dado vuestra vida para que otros abramos los ojos y se los abramos a los demás. Y que tenemos la obligación de hacer que vuestra muerte no sea en vano, sino que se salven cien vidas por cada uno de vosotros, o más si hace falta.

          Querida saeta: Este 28 de Diciembre te recordaré como te mereces. Como un hijo que aunque vivió muy poco a nuestro lado, fue amado, querido y deseado tanto como cualquier otro. Como un hijo que mereció que se luchase por él. Como un hijo al que se le echa de menos cada día (tu madre también, y tú lo sabes). Como un hijo del que me siento orgulloso y que será conocido y querido por sus hermanos, y por el resto de su familia.

Un padre llora a la hija que nunca conoció
 

Un hombre asiste impotente al aborto de sus dos gemelos

Lamentablemente, la ley no protege al hombre en lo que al aborto se refiere. Si su mujer se quiere practicar un aborto, la ley afirma que ella tiene derecho a eso, pues la criatura está dentro de su cuerpo y, según dicen, "ella puede hacer con su cuerpo lo que estime conveniente". El hombre, legalmente, no puede hacer nada para defender a su hijo, para salvarle la vida. La ley no le ampara.

Ocurre muchas veces que el hombre oculta que la mujer se practicó un aborto en contra de la voluntad de él. Por supuesto, esto tiene una repercusión en la relación del hombre y la mujer. Y, en muchos casos, la relación llega a romperse al no poder él seguir teniendo confianza en una mujer que fue capaz de matar a su hijo a espaldas de él o contra su voluntad.

Todo esto le crea al hombre síntomas de depresión y ansiedad, sobre todo por no haber podido salvar la vida de su hijo. Con el tratamiento de psicoterapia se puede llegar a cerrar la herida, pero siempre va a quedar la cicatriz. O sea, el recuerdo de lo que para él resultó ser una tragedia en vez de una gran alegría, lo que hubiera sido posible si hubiera tenido a su hijo.

Frecuentemente, el hombre piensa cómo habría sido su hijo, especialmente cuando ve niños a su alrededor. Todo esto le puede crear, consciente o inconscientemente, reacciones de rechazo hacia las mujeres y una gran desconfianza, pues teme volver a vivir la situación que tanto le traumatizó. Esto podría desencadenar un mecanismo psicológico que le podría llevar de la impotencia sexual a la promiscuidad, pues al no sentir confianza en las mujeres, ni consideración ni respeto, las usa para saciar sus instintos físicos.

A veces, el hombre se identifica con el hijo que le mataron, con la diferencia de que él sí se podría haber defendido, cosa que su hijo no pudo hacer y él tampoco lo pudo defender. A veces, al hacer consciente esta experiencia, siente una gran conmoción y llora, pues está reviviendo aquellos momentos que jamás podrá olvidar.
 

Dr. Alberto Iglesias (psiquiatra residente en Miami, Florida, U.S.A).

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Cambiando el pronombre del aborto
 

Carolyn Cole / Los Angeles Times
 

ARREPENTIMIENTO: "No lo había pensado," ha dicho Mark B. Morrow, que aparece en la foto con su hijo Ross, sobre antiguos abortos de sus novias. "Ahora todo se me ha venido encima, mira lo que has hecho."

'Nosotros abortamos,' dicen los hombres cuyas parejas interrumpieron sus embarazos. No es sólo el trauma de una mujer, insisten. Pero los críticos ven un cálculo político en ello.

Por Stephanie Simon, Los Angeles Times - 7 de Enero de 2008 

SAN FRANCISCO -- Jason Baier habla a menudo del niño que llama Jamie. Imagina a este niño -su hijo- con pelo rubio y ojos verdes, mejillas regordetas y una sonrisa feliz. 
 
Pero nunca lo sabrá seguro. 
 
La hermana de su novia le contó lo del aborto cuando ya era tarde. Baier recuerda que lloró. Las semanas y meses siguientes todo se volvió negro. Sabe que bebió mucho más de la cuenta. El y su novia discutieron hasta que lo dejaron. "Odiaba el mundo", dice. 
 
Baier, de 36 años, todavía echa de menos al niño que podría heber tenido, con una intensidad que le sorprende: "¿Cómo puedo echar de menos a alguien que nunca tuve en mis brazos?" 
 
Ahora canaliza su sufrimiento hacia el activismo en un pujante movimiento de "hombres post-aborto". El aborto normalmente se presenta como un tema de mujeres: su cuerpo, su elección, su liberación o su arrepentimiento. Este nuevo movimiento -a la vez político y profundamente personal- argumenta que el pronombre es completamente incorrecto. 
 
Nosotros abortamos," dice Mark B. Morrow, un asesor cristiano. "Yo he abortado".
 
Morrow ha hablado a más de 150 activistas antiabortistas que se reunieron recientemente en San Francisco en el que fue llamado el primer congreso nacional sobre hombres y aborto. Los participantes -la mayoría asesores y curas- escucharon dos días de lecturas sobre temas como "Medicinas para el dolor de la paternidad perdida" y "Terapia de perdón para hombres post-aborto".
 
La sesión más impactante incluía el estremecedor testimonio de hombres cuyas parejas abortaron. Baier, que ahora vive en Phoenix, dijo a los congregados que ha sufrido años de depresión y adicción. "No podía quitarme de la cabeza la idea de lo que había perdido".
 
Desde que el concepto del síndrome post-aborto apareció a primcipios de los años 80, algunas mujeres han expresado sentimientos parecidos y han aprendido a transformarlos en influencia política. Hablan en sesiones legislativas y en eventos organizados por el movimiento "Silent No More Awareness" (Conciencia No Más Silencio). Testifican por escrito detallando sus años de sufrimiento emocional, que la Justice Foundation, un movimiento de defensa de las ideas condervadoras, envía a legisladores y jueces de todo el país. 
 
La primavera pasada, el Tribunal Supremo citó estos testimonios como una de las razones para prohibir los abortos de embarazos cercanos a término que los opositores llaman abortos de "nacimiento parcial". La opinión de la mayoría sugería que la prohibición protegería a las mujeres de una decisión que más tarde pudieran arrepentirse.. 
 
El testimonio de algunas mujeres también se ha usado para justificar una prohibición del aborto aprobada en 2006 en Dakota del Sur. (Los votantes eliminaron la prohibición antes de que pudiera entrar en vigor).
 
"Es una regla fija que si quieres que una ley se apruebe, tienes que contar anécdotas que apelen a la gente", dice la Dra. Nada Stotland, presidenta de la Asociación de Psiquiatría Americana. Los activistas anti-aborto han hecho eso bien, añade. "Han conseguido convencer a un montón de americanos" de que el aborto deja secuelas en las mujeres.  
 
Ahora, esos activistas ven una oportunidad para propagar su mensaje de forma notable.
 
La Justice Foundation ha empezado recientemente a solicitar testimonios escritos de hombres; un enlace de internet promete que  "tu relato ayudará a los esfuerzos legales para terminar con el aborto". No Más Silencio anima a los hombres a que testifiquen en sus eventos. 
 
El terapeuta Vincent M. Rue, que contribuyó a desarrollar el concepto de trauma post-aborto, está llevando a cabo un estudio online que pide a los hombres que comprueben sus síntomas (como irritabilidad, insomnio e impotencia) que piensen estar sufriendo como consecuencia de un aborto. Cuando los hombres sean ampliamente reconocidos como víctimas, dice Rue, "eso cambiará la sociedad". 
 
Los abortistas miran esta última movilización con cautela: Si las anécdotas sobre madres que sufren pueden conmover al Tribunal Supremo, ¿qué conseguirá el testimonio de hombres sufriendo?
 
"Potencialmente pueden cambiar completamente de signo el debate" dice Marjorie Signer de la Coalición Religiosa Para la Elección Reproductiva (Religious Coalition for Reproductive Choice), un grupo interconfesional que apoya el derecho al aborto. 
 
El concepto de trauma post-aborto es discutido intensamente. Varios estudios publicados en revistas científicas de medicina sugieren que las mujeres que han abortado son más propensas a la depresión o al uso de drogas. Pero las investigaciones no prueban una relación de causa-efecto, dice Stotland. 
 
Puede ser, dice ella, que las mujeres que abortan sean más inestables con anterioridad.  El aborto es una de las operaciones de cirugía más habituales del país, más de 1 miillón realizadas cada año; y aunque con seguridad parte de quienes pasan por ello se arrepienten, los doctores dicen que no ven una epidemia de mujeres u hombres traumatizados.  

Pero los activistas que lideran el movimiento a favor de los hombres aclaran que no basan su argumentación en estadísticas. Cuentan con el poder de las lágrimas de esos hombres.

"Las vivencias reales de la gente son muy difíciles de rechazar", dice Vicki Thorn, que dirige programas de asesoramiento post-aborto de la Iglesia Católica. "Ya es hora de que...afirmemos el dolor que sufren los padres". 
 
Morrow, el asesor, dice que el arrepentimiento crece en su interior ahora que llega a la mediana edad, más de una década después de que dejase embarazadas a tres novias (una de ellas dos veces) en una rápida sucesión a finales de los años 80. Los cuatro embarazos acabaron en aborto. 
 
Años después, cuando su esposa le dijo que estaba embarazada, "De repente me dí cuenta de que había tenido cuatro niños muertos", dice Morrow, de 47 años, que vive cerca de Erie, Pa. "Ni lo había pensado. Ahora todo se me ha venido encima, mira lo que has hecho". 
 
Hace unos meses, Morrow se puso en contacto con la ex-novia que abortó dos veces. Se reunieron, rezaron juntos, buscando paz. Después de separarse, ella volcó su rabia en una carta: "Aquel largo día nos sentamos en aquella clínica abandonada de Dios, cada minuto esperaba que te levantaras y dijeras "No podemos hacer esto". . . pero no lo hiciste".  
 
Incluso los abortistas reconocen que los hombres se pueden beneficiar del asesoramiento cuando ellos y sus parejas se enfrentan a un embarazo no deseado. El sociólogo Arthur Shostak ha entrevistado a miles de hombres mientras esperaban en clínicas abortistas; aunque intentaban dar una imagen fuerte para ayudar a sus amantes a pasar por esa odisea, muchos le dijeron que se sentían impotentes, estresados y solos. Algunos soñaban con el niño que nunca conocerían. 
 
Shostak anima a las clínicas a contactar con estos hombres. Pero mira el movimiento activista alarmado.  
 
Los candidatos a menudo pasan por retiros espirituales en iglesias, grupos de apoyo y estudios de la Biblia destinados a sanar el trauma post-aborto. A los hombres se les anima a pensar en ellos mismos como padres, a poner un nombre -y pedir perdón- a los niños que hubieran criado si sus parejas no hubiesen abortado.  
 
En uno de esos retiros, a los hombres se les pide que imaginen a sus hijos e hijas bailando en un prado a los pies de Jesucristo. 
 
"Atraen a hombres que tienen alguna ambivalencia, posiblemente algo de culpa, y exacerban esos sentimientos" dice Shostak. 
 
Chris Aubert, un abogado de Houston, sólo sentía indiferencia en 1985 cuando una novia le dijo que estaba embarazada y planeaba abortar. Cuando ella le preguntó si quería acompañarla a la clínica, él dijo que no podía porque jugaba al béisbol los sábados. Pegó un cheque de 200 dólares a su puerta y nunca volvió a hablar con ella.  
 
Aubert, de 50 años, estaba igualmente despreocupado cuando otra novia abortó en 1991. "Era de una total irrelevancia" dice. Pero años más tarde, Aubert sentía una sensación de incomodidad creciente. El y su esposa estaban acariciándose por una ecografía de su primer bebé cuando este sentimiento le asaltó."desde lo más hondo de mis entrañas", dice, aquel aborto fue un error.  
 
Aubert se ha convertido desde entonces al Catolicismo. El y su esposa tienen cinco hijos, y a veces protestan delante de clínicas abortistas. De vez en cuando, sin embargo, Aubert se pregunta: ¿Y si su primera novia no hubiera abortado? ¿Cómo sería su vida ahora?  
 
Tal vez hubiera sufrido un matrimonio sin amor y tal vez, un triste divorcio. Podría haber sido lastrado con el mantenimiento de un hijo mientras estudiaba derecho. Puede que nunca hubiera conocido a su esposa. Sus hijos, Christine, Kyle, Roch, Paul y Vance podrían no existir. 
 
"No tendría las bendiciones que tengo ahora", dice Aubert. Así que de una manera, dice, los dos abortos tal vez despejaron su camino hacia la felicidad futura. 
 
"Ese es un debate intelectual que tengo conmigo mismo", dice. "Lucho con ello". 
 
Al final, Aubert dice que sus objecciones morales al aborto siempre ganan. Si pudiera ir hacia atrás en el tiempo, intentaría salvar a esos niños. 
 
Pero ¿estarían de acuerdo sus antiguas novias? ¿O tal vez considerarían también los abortos como una elección que les dio un destino mejor? 


Aubert parece asombrado. "Nunca pensé en este tema desde la perspectiva de la mujer", dice lentamente. 
 
"Por un lado, sí, puede que ella consiguiera unos estudios, se casara con un gran tipo,  haya tenido seis hijos y todo sea maravilloso ahora" dice. Pero no puede creer de verdad que todo haya sido tan sencillo. "Puede que el tema le moleste cada 20 años, o cada cinco años, o cada día, pero hay una cicatriz". 
 
No ha hablado con ninguna de las ex-novias, pero dice que puede imaginar lo que sienten porque sabe que los abortos le afectaron a él. Nunca tuvo las pesadillas que otros hombres describen, o las borracheras o el consumo de drogas o el odio a sí mismos. Pero sabe que le ha salpicado.  
 
"Tengo esta mancha en mi alma", dice Aubert, "y siempre estará ahí". 
 
Intenta organizar una sección de padres en la marcha de este mes en Washington en protesta por el 35th aniversario del caso Roe contra Wade, el fallo del Tribunal Supremo que legalizó el aborto.  
Aubert imagina cientos de hombres rezando, cantando y agitando pancartas: "Me arrepiento de mi aborto". 

 

La sanación del SPA en los hombres
 

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Aborto y familia
por el Dr. Pablo Verdier

 

¿Quiénes y cuántos son los afectados tras la realización de un aborto? No todos aciertan a la respuesta. Los más piensan en la criatura, otro tanto recuerda a la madre, pero pocos piensan en el hombre y en los hijos ya nacidos o por nacer.

Es todo el núcleo familiar el que se ve afectado. ¿Por qué? Porque el aborto, por un lado es un síntoma de que la pareja no anda bien. De hecho es la manifestación más dramática del divorcio espiritual entre los cónyuges, divorcio que precede al divorcio "de hecho" en un enorme porcentaje de casos. Dicho en otros términos, la mujer que aborta está afectivamente abandonada. Dicho en palabras de mujer: "¿hijos sin amor?, ¡ni loca!"; así me lo confesaba una paciente. En otras ocasiones, se refieren al divorcio espiritual anteriormente mencionado en términos de: "otro hijo con ese ("ese" es su esposo), ¡ni atada!". Con esta primera aproximación a la problemática del aborto, ya podemos ir intuyendo el clima familiar en el que se realiza. Tengamos presente que me estoy refiriendo a mujeres casadas, y por lo tanto el embarazo no es fruto de relaciones extra-conyugales. En éstas, los motivos en juego, ciertamente son otros.

Pero no sólo es síntoma de una situación, sino que además la agrava, la acentúa. Al referido abandono afectivo se le suma la culpa, la angustia, la depresión, la vivencia de una pérdida que no la comparte con nadie, un duelo oculto que termina por transformarse en un "secreto patógeno". ¿Qué mujer podrá desarrollar toda su potencialidad de madre en ese estado psicológico? En esto radica precisamente el trauma de los hijos. La madre es clave en el desarrollo emocional de los hijos y el padre, a su vez, consolida con su presencia firme y cálida la autoestima de la mujer. Pero poco de esto existe en las familias a las que nos referimos. En suma, tenemos una mujer sin apoyo, desprotegida, sintiéndose sola para afrontar la responsabilidad de los hijos, que se siente abrumada. En este estado de cosas, los hijos "respiran" aquel ambiente patógeno, ambiente del cual saldrán "heridos" sin encontrar la respuesta cierta a su conflicto.

Valga aclarar que no estoy improvisando sobre las posibles consecuencias del aborto en la familia. Todo lo que he descrito lo he visto en el consultorio.

Si a lo anteriormente dicho le añadimos el agravante de que los hijos se enteren del aborto de su madre, toda una nueva constelación de actitudes se apodera de esa familia. Recuerdo el caso de una paciente que al enterarse del aborto de su madre, afectadamente reflexionaba: "Me podría haber tocado a mí. Ella (su madre) realmente no me quiere, ¿quién se cree que es para venirme a dar órdenes?; ya no se puede ni confiar en mi madre". No hay que ser ni psicólogo ni psiquiatra para imaginarse las consecuencias que tales reflexiones podrán tener sobre la paciente, y sobre la relación madre-hija. La desconfianza, el descreimiento, el despecho, la rebeldía, el descenso de la autoestima y otros tantos sentimientos serán quienes terminen de fracturar la frágil relación existente entre la madre y la hija.

 

Si a todo esto no se ha dado el divorcio de "hecho" entre los cónyuges, el varón casi habitualmente se transforma en un "ente" en el hogar. Su rol de padre ha perdido todo crédito; él mismo se siente desconcertado y perplejo ante su familia. Se siente desautorizado, en cierto sentido relegado. Si en un arranque pretende recuperar su status de jefe del hogar, lo hará con agresividad, en un intento de autoafirmación estéril. De hecho se agravan las cosas. Nuevamente le recuerdo al lector que todo esto no son hipótesis que estoy desarrollando, muy por el contrario, son datos de la realidad vividos en el consultorio.

Una precisión

El trauma de los hijos no es el mismo para los hijos previos al aborto que para los posteriores al aborto. En mi experiencia, la diferencia radica en que la actitud de la madre para con los hijos previos al aborto es de sobreprotección, dicho en palabras de mujer: "son lo único que tengo", actitud que les sofoca psicológicamente. Para los hijos posteriores, como bien lo ha descrito el Dr. Ney (psiquiatra canadiense), la actitud de la madre es de hostilidad y agresividad, configurando un verdadero cuadro de maltrato del menor. Ambas situaciones las he verificado en el consultorio.

Cambiando el enfoque al problema que nos preocupa, se me plantea una extraña paradoja muy arraigada entre los profesionales de la salud, especialmente entre psiquiatras y psicólogos. ¿Por qué será que todo este cuadro clínico pasa inadvertido a tantos colegas? Muchas pueden ser las razones, las buenas razones, pero una es la verdadera razón. Personalmente tengo la convicción de que hay un fallo en el enfoque antropológico en torno a la etiología de muchos cuadros clínicos. Respecto al tema que venimos tratando, el fallo radica en la negación de que el aborto pueda ser la causa de los males previamente descritos. Y así, cada cual adherido a una escuela psicológica u otra, buscará las causas acorde al patrón de criterios que su propia escuela le proporcione.

Desgraciadamente en esos términos se cae en un sesgo interpretativo, que muchas veces hace perder el más mínimo "sentido humano" de lo humano, o de lo inhumano. Confirmando este parecer he atendido a múltiples pacientes que, habiendo estado en tratamiento durante años, no habían logrado siquiera atenuar su sintomatología. Una vez abordado el tema del aborto, se veían libres, en un grado importante, de su padecimiento. Mientras tanto habían sido rotulados con diversos términos técnicos, estigmatizando al paciente en su autopercepción como un "enfermo mental", que si bien ciertamente lo era, se le podría haber ahorrado tiempo y dinero volcados en su terapia. Con el aborto queda bien sentada la hipótesis de que lo objetivamente malo hace mal, y ese mal se manifiesta psicológicamente en diversos cuadros clínicos.

Volvamos sobre la pregunta del comienzo: ¿quiénes y cuántos son afectados por el aborto? En mi experiencia, la respuesta es clara: todos los miembros de la familia, cada cual acorde a sus rasgos de personalidad, y a su rol dentro del núcleo familiar.

El Dr.Verdier es un psiquiatra especializado en el Síndrome Post-aborto.

Fuente: www.vidahumana.org

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